El Zulia florecerá desde sus cenizas para convertirse nuevamente en la fuerza de Venezuela, como parece ser su destino.
Venimos de haber padecido en el último lustro los peores momentos de la época Republicana. Primero fue el caos eléctrico nacional, junto a la destrucción de nuestra industria petrolera. Luego, ingresó al Palacio de los Cóndores el peor gobierno regional que haya padecido el Zulia, y los servicios públicos descendieron hasta niveles propios de una situación bélica. Como contrapartida, sufrimos los estragos de un liderazgo político de oposición que, en su afán de derrocar a Nicolás Maduro, olvidó los estragos que la guerra política ha causado en el nivel de vida, en los derechos fundamentales de los ciudadanos que pretenden representar. Sin dudas, una verdadera pesadilla.
Tenemos que despertar y actuar todos los zulianos.
Más allá de las grandes diferencias que ideológicamente pueden separarnos en lo político, siento y creo que existen razones más que suficientes para elaborar una agenda común que nos encuentre en la recuperación de nuestra economía, de nuestros servicios públicos, de nuestra identidad y de nuestro legítimo regionalismo.
Y tenemos que aprender de la historia aún reciente, de la década de los ’90, cuando las regiones protagonizaron un momento estelar de avance en la forma de gobierno. Me refiero a la descentralización, que permitió cambios administrativos y organizacionales en el sistema estatal, para ejercer una justicia distributiva largo tiempo postergada.
La elección directa de los alcaldes y gobernadores, la Ley de Asignaciones Económicas Especiales, el Fondo Intergubernamental para la Descentralización y otras herramientas jurídicas para el empoderamiento de las regiones, fueron el resultado de una larga lucha. El Caracazo fue uno de los acontecimientos que empujó a los gobernantes y partidos de finales de los ’80 a ceder paso a algunas medidas de reforma del Estado necesarias para ejercer una democracia con más capacidad de responder mejor a los ciudadanos y a los tiempos.

Si un estado supo aprovechar para bien el proceso descentralizador que se instauró entonces en el país, fue el Zulia, que había pagado desde sus entrañas la bonanza petrolera de Venezuela, con un alto costo ambiental y social.
Gracias a la descentralización administrativa y fiscal, mejoramos nuestros servicios públicos, impulsamos la actividad económica junto al sector privado, las vías de comunicación intra y extraurbanas, las políticas ambientalistas, modernizamos el sistema de salud pública y recuperamos escuelas.
Fue así como el Puente General Rafael Urdaneta pudo ser reasfaltado por primera vez; logramos ser región sede impecable, espléndida, de unos brillantes Juegos Centroamericanos y del Caribe, con una infraestructura deportiva ejemplo para América Latina, en excelentes condiciones. Así Maracaibo fue la mejor ciudad de Venezuela. El Zulia olía a desarrollo, su silueta era de crecimiento y su futuro se vislumbraba brillante como el Relámpago del Catatumbo.

Tuvimos como gobernadores y alcaldes a políticos de derecha e izquierda, a líderes de la IV República y a héroes del 4F. Con todos el Zulia creció y se desarrolló. No importaba el origen ideológico, el proceso descentralizador obligaba a los gobernantes a ser eficientes y eficaces en su gestión: si pretendían ser reelegido en sus cargos, tenían que demostrar el trabajo hecho con los recursos recibidos. El partido político era secundario, lo fundamental era que cumpliera con las expectativas de la gente en la satisfacción de sus justas demandas y necesidades.
Luego vino el retroceso de la descentralización, sustentado en la premisa de que los gobernadores pretendían ser reyezuelos anárquicos en sus estados. Ello devino en la derogación de competencias y en restricciones financieras. En gobernantes impuestos mediante maniobras de prestidigitador, sin capacidades probadas para el oficio. Dimos un salto atrás y todo lo que habíamos avanzado se destruyó. Volvimos a la práctica de mendigar y depender de la buena voluntad, de los acuerdos subrepticios y de la adulación a los jerarcas en la capital.
Por ello, es imperativo ahora retomar la descentralización de competencias y las delegaciones financieras que permitan una verdadera autonomía financiera para los estados y municipios. Este proceso debe ser trabajado en conjunto con el Gobierno nacional, los gobiernos locales, regionales y la participación de los partidos políticos de Gobierno y oposición.
Indiscutiblemente, la cercanía física del Gobierno y ciudadanos constituye una ventaja natural para acertar en las decisiones y en el uso de los recursos. También abre verdaderos canales de participación. Se trata de la posibilidad cierta de mejorar las condiciones de vida materiales y espirituales de la población del país. De volver a enarbolar la esperanza de la gente y eso es una responsabilidad compartida de todos los actores políticos y organizaciones no gubernamentales.
Pongamos a la gente en el centro de los intereses, y con ellos y por ellos construyamos una agenda política de altura que trascienda a las consignas “Maduro vete ya” y “No volverán”.
Por: Salvador González